Siempre me ha fascinado Ares del Maestre (del Maestrat en valenciano). Desde el llano, el pueblo aparece encaramado sobre la peña como un vigía a la entrada del Maestrazgo. El caserío, recogido y apretujado, se agarra a la roca, desafiando el viento. Y sobre la imponente muela, las ruinas del castillo dominan el horizonte, todavía desafiantes. El paisaje, abrupto y solitario, se extiende en torno al pueblo: barrancos, lomas y pinares, todo bajo un cielo azul intenso. Creo que éste es el cuarto cuadro que dedico a Ares y seguro que aun seguirán más.