Reconozco que me atraen más para pintar los paisajes abruptos y ásperos del interior montañoso de Valencia que las huertas fértiles de la costa. Alpuente, en la comarca de la Serranía, ocupa para mí un lugar singular: su contemplación fue una de las razones que me llevaron a decidirme por la pintura de paisajes. Hace muchos años alquilamos una casa allí, y esa experiencia me marcó.
El pueblo se alza, sobrio, entre muelas y cerros, dominando la hoz profunda del río Reguero. El castillo, en lo alto, vigila el caserío compacto, de tejados rojizos y calles angostas. El paisaje es duro, de lomas y barrancos, con sabinas dispersas sobre la tierra seca. Desde los miradores, la vista abarca campos escalonados y huertos antiguos, mientras la luz resalta la severidad de la piedra y el silencio del entorno. Las montañas que lo rodean me parecen algo así como las costillas de la tierra que emergen desafiantes. Es un paisaje que impone.
